sábado, 23 de abril de 2016

Ataque de ansiedad. (Sin brújula)

Y como una espina indestructible, pegajosa y llameante vuelve a clavarse el dolor en mi nuca, mi cuello se paraliza y mi cerebro tiene problemas para sublevar a los pulmones, y que me den el oxígeno necesario.
Los ojos empiezan a gotearme, pero no son lágrimas, las lágrimas se sienten, y yo ya no siento nada.
Ni dolor, ni placer, ni tristeza, ni lo otro...

Y puede que sea normal que no quiera comer, y que me den igual los efectos de la anestesia, puede que también lo sea que ya no busque entrar en ninguna cama, ni fiesta ni corazón.
Porque después de romperse mi brújula el destino no está claro; y al no haber un destino se vive por inercia, como tantas otras veces he hecho, y como no debí hacer ninguna, (ni esta).

Ahora solo queda no caer en la tentación de la huída fácil, ni suicidios ni sobredosis, queda intentar escupir un poco de todo lo que me corta, y queda la esperanza de que alguien o algo, en algún momento, me traiga una brújula nueva; para tener una flecha que seguir.

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