No son ni las once; estoy tumbado en la cama, y nada tiene sentido.
La ansiedad me aprieta el pecho, desgarrándolo, y cada vez que respiro duele más. La noto, arañando mis pulmones; exprimiéndolos como una esponja llena de sangre. Toso. Toso. No puedo más, nada tiene sentido.
Escucho en la calle a los vecinos gritando, hablan entre ellos, pero chillan como si le pidiesen una tregua a la noche. Como si quisiesen que todavía quedasen unas horas de tarde y la luna no asomase a mirarnos. Como yo, yo también aúllo a la luna por una tregua, porque la noche siempre ha sido frío, ansiedad, tristeza, es Yin. El Yin del sol, mi Yin. Y la miro riéndose de mí, claro, la luna no tiene ansiedad, la luna no tiene problemas.
Intento respirar para meditar y poder arrancar de mi pecho tantos alfileres.
Pero quién podría meditar entre jadeos y dolor, claro, no funciona.
Pienso, toso y vuelvo a pensar. Pienso en que cada vez quiero a menos gente, y los quiero menos.
Sin embargo el odio no se va, lo siento como siempre, insultádome, ignorándo mis gritos de auxilio.
Y odio, toso y odio. Odio a la luna, odio a la gente, odio la noche, me odio a mí.
Vuelvo a toser, y por mucho más que tosa todo seguirá sin tener sentido.