domingo, 11 de enero de 2015

Mi herida.

De ella brota mi esperanza,
sangrando con la templanza,
de al que le da igual morir.

Esperando a esa tardanza,
a cuando al dios de balanza,
bien decida decidir.

Con ella bien sangra un río,
que en kilómetros amplío,
pero no lo amplío en tristeza.

Si ya sólo siento frío,
cada día es un nuevo hastío,
de alma que sólo bosteza.

Pero me voy por las ramas,
que vengo a hablar de las llamas,
esas que escupe mi herida.

Ésta herida que tú aclamas,
de la que fan te proclamas,
la que yo llamo poesía.

Qué pronto me va matando,
la herida que voy creando,
que siempre lo hice por vos.

Que me creo que voy borrando,
las cicatrices del llanto,
que serán tuyas, por Dios.

Y ésta herida que no cierra,
con más bajas que la guerra,
guerra de mi corazón.

Guerra que dentro se aferra,
que aunque no admita me aterra,
desde el hígado al pulmón.

No tardarás en matarme,
de una vez, por fin, callarme,
sin que me pueda quejar.

Ya sin nada que cegarme,
pueda y así sin desarme,
que me impida bien pensar.

Que no hay nada que me importe,
que colgué del picaporte,
cartel de no molestar.

Pero que nada conforte,
sólo me queda mi porte,
de caballero sin andar.

Soy Don Quijote y locura,
y con las luces a oscuras,
es como ves la verdad.

La cinta de tu cintura,
parece la única cura,
presente a mi soledad.

Y con el viento de cara,
yo seguiré mi cruzada,
con mi lírica curtida.

Si no paso de frenada,
lavaré con agua clara,
sin nada que la besara,
la suciedad de mi herida.

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