domingo, 23 de agosto de 2015

Estación vida. (O eso dicen)

Nunca imaginó de joven que algún día cogería el tren.
Siempre fue feliz, saltando de banco en banco, y recorriendo los andenes de la estación.
Hasta que llegó el día; se cansó de esperar al tren. Si no era para coger el tren ¿Por qué iba a estar en la estación si no?

Él ya nació en la estación. Como todos.
La única pregunta es por qué nunca había cogido el tren. Él no sabía pensar. Como todos.

Y el tenía que coger el tren; como todos.
Pero después de mirar las mismas vías, la pared, el suelo.
No había aliño, no había salsa, no había nada; pensaba mientras miraba el reloj.

Había visto ya unos cuantos trenes, pero siempre le quedó la esperanza; la peor "cualidad" humana, el "hoy puede ser el día" cuando nunca es el día.
Pero cuando no hay día, ni mes, ni año... Todo se enfría, las paredes se vuelven negras, el suelo está sucio, los bancos se han roto de saltar encima y las vías se oxidan.

Llega el día en el que en la estación todo huele a muerto.

Y el tren es gratis, y, coño, nunca es mejor malo conocido.

No sé si cogeré el tren en diez minutos, dos horas o siete años.
Pero tampoco sé por qué me avergüenzo de mí mismo lo suficiente como para no asumir que el paranoico depresivo en realidad soy yo; y que el tren está más cerca que lejos.

Tampoco sé por qué digo tren si significa muerte, ni por qué digo vías si significan personas, para las que no soy nada, humo por dentro y por fuera.
Sí sé que el suelo es el suelo, qué si no.
Aunque las paredes son otra cosa, son momentos. Antes era atractiva la idea de vivir, sentir, reír. Ya me olvidé de cómo se hacía todo eso.

Y por último; los bancos, cada cama, cada dama.
Amor lo llaman. Ahora tan sucio y musgoso como mi corazón seco y frío.

No quiero nada, no quiero nadie.

"-¿El billete es gratis?
-Sabes de sobra que sí, ¿Subes?"

Y no bajaré de él.

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