Tus ojos siempre miraron con esperanza.
Tu lengua siempre me supo a la libertad.
Mentí cuando decía sentir la tardanza,
y antes o temprano, sabrías la verdad.
Tu pelo olía, siempre a canela.
Olía como imaginaba un hogar,
que hiciera infinito éste olor que consuela,
cada podrida herida, que anida en mi cantar.
En tu piel había tacto de gloria suave;
donde sin duda podría quedarme a vivir.
Siempre besarla fue mi mejor jarabe,
para sangre caliente, y mi lengua de faquir.
Tu voz siempre fue la mejor melodía,
no solo la música a las bestias calma.
Pues solo por tus palabras moría,
arrancabas la apatía, de los huecos de mi alma.
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