domingo, 26 de junio de 2016

Infierno.

Me dejo, me suelto, permito que el viento guíe más mi cuerpo que mi mente; ni siento, ni padezco.

Caigo, caigo mientras camino las calles llenas de piel sin alma, llenas de absurdos personajes planos que ya están hechos, no van a avanzar.
Caigo mientras me enciendo un cigarro, y el olor a gasolina que inunda mi mente abraza al humo y forman el rostro de la muerte, el rostro de mi muerte.

Caigo y no pienso en nada, no hay nada en lo que pensar. Solo pienso en lo imbécil que fui tantas veces, por ser bueno, no por necio; en las que no quise hacer sangre de mi sangre, y perdoné cicatrices que me van a acompañar siempre.

Me da igual, me dais igual.

Caigo mientras pienso en la soledad, que aunque siempre ha sido mi mayor enemigo, y causa de mi dolor, también me enseñó quién era yo, sin máscaras ni maquillajes moralistas.

La soledad me enseñó cuál era mi piel, y cuál mi alma.
Gracias a la soledad por darme tan gran regalo.

Ahora que caigo, valoro lo que tengo dentro de mí, ya que lo que tengo fuera solo decepciona, y no trae calma nunca, prefiero abrazar mis cicatrices, que aunque sean feas, son mías, y como lo son cumplirán la promesa que me hice hace tanto tiempo: “Aunque estoy cayendo, y moriré, caeré lamiendo mis heridas. Porque nadie merece hacerlo más que yo, y porque nadie lo hará mejor.
Ahora que estoy cayendo, como siempre, no dejaré que nadie caiga cobmigo. Caeré, sí, caeré; pero caeré conmigo, y sabiendo quién soy. Ya es mucho más de lo que hacéis vosotros maquillando vuestras caras podridas por la envidia y la tontería con el maquillaje de la superioridad."

Saludos desde el infierno, cuando vengáis yo ya seré su rey.

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