lunes, 6 de abril de 2015

Delirios de ansiedad. Lágrimas de aire. (Gritos de auxilio.)

Y el pecho se agita inútil.
Inútil como tus pulmones incapaces de respirar; frío como los gélidos puñales en mi espalda; incapaz como mi mente de sentir.

Me ha dado por hacer listas,
de penas, dolor y acción.

Así que será como un torso envasado al vacío que se seca en el desierto.

Unos ojos sedientos de llanto que murieron de sed hace mucho. (No hay manera.)

Una boca seca, una garganta que arde y no grita por falta de fuerzas.

Una mente rota y apaleada por los demás, durante tanto tiempo que ya no puede existir y estar cómoda en un mundo que la desprecia.
(Y si me atreviese a desaparecer, qué distinto sería todo.)

De repente estás en un agujero y sólo puedes caer. Pero no sé si se entiende la metáfora, y, aunque no vaya a explicarla, esto es como si estás en un agujero inmenso, escalando hasta sangrar por las manos, mientras la persona que amas y debería quererte más que nada está en la parte de arriba, añadiendo ladrillos a tu cárcel.
(Y cuando esa persona soy yo mismo.)

Hay una puerta donde, escondido, está el futuro.
(Puerta que no puedo tirar abajo)

Hay una persona que me importa.
Pero yo soy polvo; del pesado del que entra en la nariz y hace estornudar, molesto, ruin.

Soy la crueldad y frialdad en un diccionario; no me han dejado ser de otra manera, lo juro.

Me han matado, y me han sustituido por la muerte.

Y muerte seré hasta que muera de verdad.

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