No me sonrías,
no con esos dientes,
que brillan cuando mientes.
Así siempre me entero.
Tú alevosía,
al atravesar mi pecho,
cada vez que en pleno lecho
rajabas cual carnicero;
mis entrañas.
Tus legañas,
amanecer resacoso.
Las pestañas,
en su estado más hermoso.
Tranquilas y descuidadas,
como siempre.
Tus miradas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario