martes, 15 de marzo de 2016

Camino al cielo. Capítulo IV: Reflejos

Hablo de reflejos, pero no existen; y sé que no existen, pero llevan tanto tiempo incrustados en mi mente de manera automática e imborrable que los asumo como míos e ignoro lo demás.

Son los reflejos que más odio; gente los llama inseguridad, otra gente más inconsciente baja autoestima; pero ni lo uno ni lo otro, para la inseguridad tiene que haber una seguridad sobre la que respaldarse; y para la baja autoestima tiene que haber una autoestima inicial que bajar.

Y, como de muchas otras cosas, no soy poseedor de seguridad ni autoestima, ni de ego. No hay que confundirse, soy orgulloso, pero todo eso es la capa, la corteza con la que me cubro para que nadie me toque...
Soy de cristal, y el mundo está lleno de manazas.

Me refiero, en todo el texto, tanto a lo de dentro como a lo de fuera, que aunque asegure que no es importante todos sabemos que lo es. (Somos animales)

La mayoría de estos reflejos son por comparación; siempre queremos ganar, para algo jugamos, ¿No?
Y al ver que perdemos siempre, que caemos en cada asalto (No he dicho que haya que caer, simplemente ver que sí lo hacemos), al caer tantas veces llega el día en el que no quieres levantarte, no quieres luchar.

Hasta aquí la historia de mi infinita ansiedad, que crece cuanto más humano me siento.

“Reflejos, espejos, sombras...
Siempre de tu propiedad.
Ya no sé si estoy soñando
o es que evito la ansiedad,
ignorando en el espejo
la cara de la verdad.
Seca, casi muerta, ríe,
y llena de cicatrices
ignora que dentro mía
echo hace ya sus raíces;
y no me puedo negar,
a que engañes o utilices
a este imbécil sin hogar,
a este tonto sin matices."

Que antes los tenía, sí,
pero eso ya está pasado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario