jueves, 20 de noviembre de 2014

Réquiem por mi alma.

Llego dentro, entro por la última puerta, ya no sé ni qué hago aquí.

No sé por qué he empezado a buscar si siempre he sabido que no iba a encontrar nada, y me he sorprendido.

Cuando empecé y crucé la puerta principal tuve que soportar lo principal, lo primitivo, que casi siempre me domina; como ser irracional y absurdo que soy.
Cruzando el pasillo del hambre y la esperanza llegué a la habitación del pensamiento y la libertad, pasé de largo, no me quería tirar ahí toda la noche. La puerta de la empatía está abierta de par en par, a saber si está dentro o no... Tampoco voy a entrar a mirarlo, no me importa.
He llegado por fin, he cruzado la puerta. He entrado. Y aquí estoy, delante de él, mi yo, podrido, negro, triste y vacío, sólo acumula rabia y odio, esperando la luz que algo traiga, algo tan oscuro que nada sea capaz de hacerlo brillar.
El deseo de vomitar todo lo podrido, echar todo lo malo fuera, como el sincara de esa película japonesa, pero yo no tengo Chihiro, la soledad mata almas. Y bueno, toda esta mierda y esta horripilante bestia que hay en la habitación del fondo ya morirá, o acabará por matarme, pero aún queda mucho para preocuparse por esas gilipolleces...

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