miércoles, 31 de agosto de 2016

Libre.

La luz del sol entraba silenciosa entre las persianas, despacio y sin hacer ruido, como buena ladrona.

Empezó a buscar a tientas qué llevarse... Me robó el sueño; abrí un poco lo que la fiesta había dejado de mis ojos y ya dolían, acostumbrados a mis noches completamente negras.

Dentro de mi cabeza sentía cómo un millón de fuegos artificiales reventaban con cada tos, y no fueron pocas.

Conseguí levantarme porque necesitaba beber algo, (yo tampoco me explico cómo lo hice).

Con cada trago me resucitaba un poco la memoria, y recordé el por qué no quería recordar.

Siempre he pensado que la vida la sujetan pilares; grandes relaciones, personas, sitios, todo lo que te haga sentir y necesites para dormir tranquilo. Pues yo llevo un verano decadente y autodestructivo, en el que he visto caer casi todos los pilares que me sostenían, y, exacto.
Ayer cayó el último.

Ya no tengo donde descansar, ni donde ir cuando esté triste, ni quien me bese, ni donde caerme muerto.

Pero en realidad esto no es un texto triste, no es un texto donde llore lo que extraño, (de esos ya habrá), esto que tecleo torpemente es para decir que ya tampoco tengo por quien preocuparme, no tengo a quien cuidar, ni a quien besar; nadie espera nada de mí, y ahora es cuando puedo darlo todo.

Me siento fuerte, me siento libre y al fin me siento.

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