Palabras podridas se te ahogan en la garganta, ya no hay salidas, y cada herida, mató la planta.
El árbol sagrado del amor ya no da fruto; ahora el rencor, absorbe lo diminuto, que fue cada minuto de calor...
Siento el estupor del que sin querer pisa una flor; preciosa, delicada, retorciéndose en dolor... Pero no fui yo; no fui yo el que la mató...
Ahora un sabor en mi boca, suave agonía; disculpa que hace un tiempo ya que no sonría, pero no hay forma de mantener en mi cama, a la alegría, llevo una antorcha en la mano porque la noche siempre es fría.
Decís que no resucito, pero yo veo mejoría. Ya, casi, casi ni grito y ya solo espero el día; en que tiemblen las mentiras y arda la tiranía...
En que todo el puto mundo, necesite la poesía.
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