Sufro y rasgo la hiel y el musgo de mi cuello,
con las uñas.
Con mis garras cansadas que sin ser largas ya están agotadas de tanto llanto.
Agotadas de estar sucias de sangre reseca gracias a mi palabrería absurda del borracho que va de poeta.
Y agotadas también de que nadie las limpie porque nadie deje de creerse la palabrería y se atreva a dar un beso que exista hasta para Platón.
Algo mucho más caliente que el sol,
que pueda descongelarme los nudillos y la espalda hartos del peso de no saber en qué cama estás.
Y el dolor de no poder fiarse de tu juicio.
Y ésta cerveza que me recuerda a ti.
Y el desear por fin amor sin vicio.
Y el desear amor sin vicio al fin.
O que si sé que después no volverá a pasar otro beso así, como ya pasó;
que me siga besando y ardiendo, pero que arda mi ropa, que arda mi piel, que ardan mis huesos.
Y se deje ver lo que tengo dentro, cenizas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario